(*) Gabriel Tortella. Economista e historiador. Es catedrático emérito de Historia de la Economía en la Universidad de Alcalá de Henares
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Gabriel Tortella |
Uno de los resultados más frecuentes en las encuestas de opinión es el repudio a la clase política: esto es cierto en España, en especial en los últimos años; pero se da también en muchos otros países. Yo viví en Estados Unidos muchos años y también allí era frecuente este tipo de resultados. Pero además resulta curiosamente complementario el hecho de que, por contraste con los políticos, obtengan amplio respaldo instituciones como la monarquía, la iglesia, el ejército, o alguna organización no gubernamental, dependiendo de los países. Lo interesante en estos resultados es que la institución repudiada por el público es fruto de elección democrática, mientras que las preferidas no lo son. En otras palabras, el público rechaza aquéllos a quienes elige y prefiere a los que no elige. Ésta es una de las muchas paradojas de la elección colectiva, tema del que los ensayistas políticos se ocupan muy poco, posiblemente porque sea un fenómeno incómodo, paradójico y difícil de explicar. Un experto en inversiones escribía recientemente sobre la asombrosa irracionalidad de la conducta colectiva humana y especialmente sobre el corto horizonte temporal con que se toman decisiones trascendentales.
Esto es, me temo, lo que ocurre con las elecciones políticas. La cantidad de errores históricos que han cometido los electores de todos los climas y latitudes desde que hay democracia, es decir, durante gran parte del siglo XX y lo que va del XXI (con la excepción temporal de la Atenas clásica, donde democráticamente se condenó a muerte a Sócrates, entre otras aberraciones): pensemos que Mussolini, Hitler, Perón, Chávez, Fujimori y Bucaram fueron elegidos democráticamente (por si alguien no lo recuerda, a este último, a quien llamaban El Loco, tuvo que abandonar en 1997 de manera altamente irregular la presidencia de su país, Ecuador, por hacer honor fielmente a su apodo). En otro orden de cosas, en Estados Unidos Nixon y Bushfueron elegidos y reelegidos, para acabar malamente sus segundos mandatos. Algo parecido, por cierto, es lo que está ocurriendo en España hoy con Rodríguez Zapatero. En contraste, hay numerosos casos de políticos y partidos admirables que nunca o raramente ganan unas elecciones. ¿Quién se acuerda del gran Adlai Stevenson, que se enfrentó sin éxito dos veces aEisenhower, burócrata héroe de guerra, inculto, disoluto y populachero? ¿O de HubertHumphrey frente a Nixon, por no hablar de John Kerry frente a Bush? ¿O de Pierre Mendès-France, el político más inteligente que ha tenido Francia después de la guerra, que duró apenas ocho meses al frente del gobierno galo en 1954-55? ¿O del Partido Radical italiano, lleno de gente inteligente y honrada, que pasó como un cometa por el parlamento italiano en los años setenta del siglo pasado, y del que sólo nos queda la figura brillante de Emma Bonino? La gran pregunta en las democracias hoy es: ¿medita seriamente la mayoría de los electores antes de emitir su voto? Sospecho que la respuesta es negativa.
Pues mucho me temo que lo mismo pase aquí hoy con el partido Unión Progreso y Democracia, que me recuerda al Radical italiano, con la figura de Rosa Díez que tanto se parece, mutatis mutandis, a la de Emma Bonino. Una figura de aspecto físico frágil pero con una claridad de ideas y de expresión, y con una tenacidad y fuerza interior, que contrastan con su delicada apariencia exterior. Como Bonino en Italia, Rosa Díez lleva ya años diciendo lo más inteligente y lúcido que se oye en este lamentable hemiciclo político que dicen que nos representa.
Es evidente que la situación política y económica de España es hoy muy grave e insatisfactoria, y que se necesitan reformas radicales. Los dos grandes partidos están dando un espectáculo de corrupción e incompetencia muy alarmante. Es más digno de repulsa el socialista, porque lleva siete años largos en el poder y su ejecutoria ha sido espantosa en prácticamente todos los campos, pero en especial en el de la cohesión nacional, el del respeto a las leyes, el de la corrupción y, por supuesto, el de la economía. Pero el popular lleva dando un ejemplo de falta de democracia interna, de cinismo electoralista, de oportunismo y de falta de principios, que augura poco bueno si llega al poder. Es muy probable que en materia económica no lo haga tan mal como el actual gobierno (sería muy difícil hacerlo peor) a juzgar por la ejecutoria de los gobiernos anteriores con Aznar al frente. Pero es evidente que Aznar no llevó a cabo las reformas radicales –también en el campo de la economía– que se necesitaban y es altamente improbable queRajoy, cuya ejecutoria en el gobierno y en la oposición ha sido, y está siendo, de una mediocridad aplastante, las vaya a llevar a cabo. Es decir, que los desatinos de los socialistas en materia de descohesión nacional van a permanecer, y que lo mismo va a ocurrir con la ley electoral, con la composición de los altos tribunales, con la educación, etcétera. El sistema permite a los populares acceder al poder de cuando en cuando y, como el país está más bien escorado a la izquierda, lo mejor es señalarse poco, arreglar un poco la economía, y dejarlo todo como está. Al fin y al cabo, como ha dicho Rajoy, “yo no quiero líos.” ¿Es voto útil el que respaldo a esta oposición que procura pasar inadvertida? Si tienen mayoría absoluta harán lo que quieren, es decir, lo menos posible. Y si tienen que pactar con los nacionalistas, harán menos todavía en favor de la cohesión nacional. Izquierda Unida es un partido trasnochado y demagógico que dice una cosa en Madrid, otra en Cataluña, y una tercera en el País Vasco. Ése sí que es un voto inútil, el de los que le votan porque saben que no va a gobernar; y si gobierna en coalición con los socialistas, ahí tenemos el ejemplo reciente del tripartito catalán para saber lo que hacen en el poder.
Ya sabemos que UPyD no va a gobernar, por desgracia. Pero si con una sola diputada en las Cortes ha dado tal ejemplo de energía y responsabilidad, sus representantes en parlamentos autonómicos y ayuntamientos, por pocos que sean, tendrán un efecto constructivo muy superior al que corresponda a su número. Votemos por la reforma. Pongamos un poco de rosa en nuestra vida, rechacemos el gris y el negro.