jueves, 2 de junio de 2011

Privilegios de la casta política, primera lección de UPyD



Uno de los espectáculos menos edificantes que se pueden contemplar gratis en Madrid se produce cuando se celebra un acto oficial: una auténtica invasión de coches con chófer que pagamos usted y yo. Cuando hay recepción en el Palacio Real, por ejemplo, el patio de armas es una inmensa explanada de vehículos negros con sus antenitas y un conductor trajeado que espera el regreso del señorito. La escena es menos espectacular, pero más habitual, a la hora de esos desayunos informativos que sustituyen al Parlamento y entretienen a pudientes desocupados, o a las ocho de la tarde, cuando en la Villa y Corte «o das una conferencia o te la dan». Como el conferenciante pertenezca a la élite política, a esos coches, conductores y escoltas hay que añadir los vehículos de la policía, que acuden más puntuales y diligentes que a resolver un atraco.

Algunos que, por nuestro oficio, tenemos que ver esas escenas, lo hacemos con doble sentimiento: de envidia, se lo confieso, por lo bien y fácil que aparcan esos señores, que en eso ya me ganan un mínimo de media hora; y de normalidad, porque forma parte del paisaje urbano. Si Unamuno llamaba a su mujer «mi costumbre», los habitantes de Madrid tenemos que llamar a los coches oficiales «nuestra rutina»? la rutina de nuestros impuestos, que disfrutan desde cargos del Gobierno a concejales, pasando por la inmensa panoplia de directivos de empresas públicas, instituciones diversas, organismos insospechados y otras casas de buen vivir.
Por eso no paro de aplaudir a los concejales electos del partido Unión, Progreso y Democracia, el de Rosa Díez, que anunciaron una intención ejemplar: renunciar a sus coches oficiales y acudir a su trabajo como los mortales, andando, que es muy sano, o en transporte público. Aunque solo sea por esa lección de renuncia, ya han cumplido su misión representativa. Aunque no saquen adelante ninguna idea durante los próximos cuatro años, serán la mala conciencia de sus compañeros de corporación. Y aunque sean minoría, ya han prestado el servicio impagable de demostrar que un cargo público no es sinónimo de privilegio, como si ese cargo naciese adosado a un coche oficial.
No quiero hacer demagogia, porque la demagogia sale sola. El Ayuntamiento de Madrid -y no es culpa de Gallardón, que solo lo heredó- gasta anualmente cinco millones de euros en coches de sus concejales, mientras tiene dificultades para pagar a contratistas. Y el Ayuntamiento de Madrid no es una excepción, sino uno más en el dispendio, mientras se imponen renuncias y recortes a los demás administrados. ¿Saben de qué protestan los acampados del 15-M? De este tipo de privilegios que convierten a los políticos en una casta. Si los demás partidos hicieran lo que acaban de hacer los concejales de UPyD y lo que eso significa, dejarían de tener sentido motines como el de la Puerta del Sol.