No parece una buena decisión que cuando tus acreedores, quienes mandan y quienes te califican te piden, te exigen que deprisa, deprisa, elabores y presentes tus presupuestos generales no lo hagas hasta que se celebren unas elecciones en una autonomía (creyendo además que vas a ganar y luego pierdas). Ni que a la semana de presentar esos presupuestos decidas una nueva reducción del gasto, se supone que cuidadosamente presupuestado, de diez mil millones de euros, cerca del uno por ciento del PIB.
Hay dos cosas que deben ir indisolublemente juntas, sobre todo en época como la actual de tormentas. Son el buen gobierno y la credibilidad. Lo primero supone optar (no todo es posible de alcanzar) y el principal, no el único, instrumento de esa opción es el presupuesto anual. Cabe por supuesto rectificar (cuantas menos veces mejor) pero no dar bandazos cada cuarto de hora. La credibilidad, que da lugar a ese valioso e imprescindible intangible que es la confianza, se gana con el buen gobierno. Es algo que cuesta ganar y que se pierde muy rápidamente. Los ejemplos reseñados en el primer párrafo, que los acabamos de vivir con el gobierno Rajoy, son ejemplo de todo esto.
Pero el problema es más profundo. Lamentablemente. Ocurre que esa ”troika“ (acreedores, Merkel y séquito, agencias de calificación) no terminan de creerse ni los buenos propósitos del Gobierno ni las cifras de algunas instituciones, desde las comunidades autónomas hasta las entidades financieras. Como además esa “troika” está atrapada en su propio fundamentalismo de la “austeridad expansionista” (sed austeros y la felicidad vendrá enseguida), reaccionan castigando cuando estiman que el cilicio del recorte es insuficiente (no se cumplirá el sacrosanto objetivo) como si lo consideran suficiente porque entonces no será posible el crecimiento del PIB y sin crecimiento no se pueden pagar las deudas. Total, palos porque bogas y palos porque no bogas.
Lo hemos vivido este martes y si el miércoles ha habido un cierto alivio en los indicadores es porque el BCE está interviniendo. La gran pregunta es si esas intervenciones periódicas (con cada vez mayor reticencia del fundamentalismo germánico) son ganar o perder tiempo. La respuesta es no se sabe. Véase el caso griego cada vez a peor y seguramente sin solución salvo quizá las llamadas “tres D”: “default, depart, devalue”. Nuestro caso es más complejo y de mucho mayor impacto global. Siguen estando ahí las causas últimas del problema: una economía endeudada hasta las cejas y escasamente competitiva y una zona monetaria no óptima, artificialmente creada y con pocas probabilidades de subsistir (como ha pasado otras veces en la historia).
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Luis de Velasco es portavoz del Grupo Parlamentario
Unión Progreso y Democracia en la Asamblea de Madrid